Fonte: Almanaque Brasil
Esta
leyenda nos la cuentan los indios tupí-guaraní para explicar el origen del
alimento más importante de su cultura, la mandioca. Dicen que el cacique de la
aldea supo que su hija estaba embarazada. Aunque ella le decía que no hubiera
tenido relaciones con nadie, el cacique le preguntaba, enfurecido, quién fuera
el hombre que la embarazara. El padre no le creía y gritaba que, si hallase al
responsable, lo mataría. En esta noche, el cacique soñó que un hombre blanco le
decía que su hija hablaba la verdad. Al despertarse, se conformó con el suceso.
Meses
después, nació una linda niña, blanca como la luna. El cacique se alegró mucho
con su nieta, sin embargo, ella asustó a la gente de la aldea.
Era la
primera vez que veían nacer a alguien tan blanco. Los mayores decían que eso
era un mal presagio y que tendrían que matarla.
La
tribu se juntó para hablar con el cacique. Le decían que su nieta debería morir
o se perdería toda la plantación y no habrían animales para cazar. Mientras
tanto, el cacique los escuchaba en silencio, mirando a la nada. Por la noche,
tomó a la nieta en sus brazos y se la llevó a la orilla del río. La bañó y le
dio bendiciones. A la mañana siguiente, les llamó a todos de la tribu y les
dijo que la niña continuaría viva. Mandí era su nombre.
A medida que crecía, todos se enamoraban de ella. A todos les gustaba la pequeña Mandí. Un día, sin enfermarse ni herirse, murió, en un abrir y cerrar de ojos. A todos les entristeció, pero más al abuelo. Lloraba sin cesar y no salía de la oca, como llamaban a su vivienda. Para que se quedara cerca de su abuelo, enterraron a Mandí en el interior de la oca, cerca del cacique. Así mismo el abuelo siguió llorando días y noches. Sus lágrimas mojaban el suelo donde estaba la niña muerta de tal modo que, después de algunos días, brotó ahí una pequeña rama verde. Pasaron semanas y, cuando el cacique dejó de llorar, la tierra en alrededor de la planta se abrió. La tribu cogió las raíces y, cuando las cortó, halló que eran blancas por de dentro. Blancas como Mandí. Por eso las llamaron mandioca, que quiere decir casa de Mandí.
A medida que crecía, todos se enamoraban de ella. A todos les gustaba la pequeña Mandí. Un día, sin enfermarse ni herirse, murió, en un abrir y cerrar de ojos. A todos les entristeció, pero más al abuelo. Lloraba sin cesar y no salía de la oca, como llamaban a su vivienda. Para que se quedara cerca de su abuelo, enterraron a Mandí en el interior de la oca, cerca del cacique. Así mismo el abuelo siguió llorando días y noches. Sus lágrimas mojaban el suelo donde estaba la niña muerta de tal modo que, después de algunos días, brotó ahí una pequeña rama verde. Pasaron semanas y, cuando el cacique dejó de llorar, la tierra en alrededor de la planta se abrió. La tribu cogió las raíces y, cuando las cortó, halló que eran blancas por de dentro. Blancas como Mandí. Por eso las llamaron mandioca, que quiere decir casa de Mandí.
(Texto basado en el cuento "A mandioca, o corpo de Mandi", de Leonardo Boff, en O casamento entre o céu e a terra - contos dos povos indígenas do Brasil, editorial Salamandra, 2001)
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