Ubicarse en Brasília es muy fácil. Las direcciones son puros números y siglas. Todo muy sencillo. ¿No es asi? Pero al lado del genio que hay en cada uno de nosotros, que entiende todo y cree que todo el sistema es muy lógico, hay una bestia interna, que habla más fuerte que el genio y te maneja por la ciudad como si estuvieras como una cabra.
La bestia siempre se equivoca con uno de los números de la combinación. Si tu amiga te dice “nos juntamos en la cuadra 412 norte”, la bestia te lleva a la “cuadra 212 norte”. Y cuando ella te llama y pregunta “¿dónde estás?” tú te das cuenta de que te equivocaste. Si te dicen que el consultorio del dentista es en la comercial de la 214, la bestia te hace bajar en el paradero de la 212. Y si tú vives en la 215, y sabes que te conviene bajar en el paradero de la 515, la bestia te hace bajar en la 513.
La convivencia con los paisanos no ayuda tanto a “domar la bestia”. En general, cuando hablan de una dirección, omiten la centena: “ah, sí, conozco ese restaurante en Asa Sul! Está en la 10, ¿no?” o “Creo que la tienda de bicicletas está en la 8, ¿te parece?”. ¿Y cuándo tú tienes dos amigas, que viven en direcciones casi “homónimas”? A decir: Rosana vive en la 303 sul, piso 103, y la Cosette vive en la 103 sul, piso 303? Eso siempre confunde a la bestia y me hace caminar un montón por las cuadras de la ciudad.
En verdad, a mí me parece que la bestia echa de menos a los nombres de las calles en São Paulo, donde yo vivía. Como la calle Aurelia, donde vivía Bianca, de donde bajábamos a la Clelia para buscar a Gabriela. O cuando yo subía caminando por la Augusta, doblaba en la Paulista, para cruzar la Consolação y tomar el bus en la Angélica. Echa de menos también cuando yo tomaba el metro en la estación Jabaquara, cambiaba de convoy en la Sé, pasaba por Anhangabaú y bajaba en Tatuapé. Quizás la bestia no es tan tonta como imaginaba yo. Tal vez sea un tanto sentimental.
